Ya hace más de 30 años cuando por primera vez pise estas Huertas, de las que hoy no me he separado. Muchos recuerdos se agolpan en mi mente.
Mi amigo Pedro, el cura de Zahara, con el que vine a mi primer campamento en el río Majaceite, tantos chavales de mi centro de trabajo que han dejado sus huellas en ese sendero del río, en el del Pinsapar o se han bañado en la piscina del pueblo... aquellas navidades con mi familia en el piso de alquiler, en la que mi sobrina Elena dio sus primeros pasos, aquellos fin de años vividos con mi amiga Manuela, donde no salíamos de la casa, nos vestíamos de gala para recibir el año y siempre ocurría algo, una vez faltó una uva y tuvimos que ir a la casa de al lado para pedirla justo cuando faltaban solo tres minutos para recibir el año nuevo.
Y por último esos cuatro años que llevo junto con mi compañero Tomás compartiendo esa bonita casa en mi muy querida calle La Parra. Todo son vivencias de Benamahoma. Pueblo blanco con rincones singulares como El Nacimiento, lugar al que acudo cada vez que tengo un problema y allí dialogo con el agua.
Esa agua limpia y pura que brota a borbotones por cada uno de los lugares de este pueblo. Esa agua que llega a las casas y riega esos preciosos patios y corrales llenos de macetas... que le da vida a las flores y árboles de la Alameda, a la calle San Antonio y a la subida del pueblo... que sale en finos chorritos de la fuente de la Plaza de Andalucía, de la fuente del callejón y de la fuente de los cantaros, de los tres chorros, del Algarrobal..., esa agua que apaga la sed en esas tórridas tardes de verano y que tantas personas se llevan envasadas en sus garrafas de plástico... que le da vida a las truchas de la piscifactoría de Antonio y José Alberto. A esa agua le hablo yo y ella me responde.
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